Situémonos a comienzos del siglo XX. En esa época los automóviles marcaban sus diferencias no sólo por la performance de sus motores o el lujo en sus interiores sino por los adornos visibles en el exterior, como las parrillas o faros. Y dentro de esos adornos, destacaban de forma especial las tapas de radiador. Visitando una exposición de autos antiguos, encontré una vitrina donde se encontraba el modelo que muestro en la imagen.
¿Quién puede haber sido el genio del marketing que pensó que un caracol era un adorno ideal para poner en el capot de un coche? Estoy de acuerdo en que los «cavallinos», herraduras, avioncitos y victorias aladas hayan estado muy vistos pero, ¿no había otro animal o símbolo disponible?
Me imagino cómo habrá sido la reunión de «brainstorming» en la empresa: El gerente de turno les habrá dado para elegir entre un tortuga hibernando, un gusano, un corcho de botella y una chica a lomos (o debería decir «a casita») de un caracol. Y los votos habrán ido al adorno que daba más imagen de velocidad.
Sea como fuere, parece que alguien finalmente se atrevió y terminó exhibiendo orgullosamente al dichoso gasterópodo sobre el radiador de su coche nuevo.